En la obra de Inés Gómez todo parece tener su lugar, encajar.

Sus bocetos son puzles de color que no dejan espacio en blanco donde descansar la vista. Posteriormente transforma estos bocetos en piezas de barro que cubren soportes generalmente de grandes dimensiones.

Inés combina colores neutros, crudos y tierra, junto con uno o dos colores que sobresalen de la gama captando así la atención de quien está frente a su obra.

Cada pieza está cortada y lijada a mano, colocada meticulosamente en el horno con el fin de no perder su lugar, igual que conserva un lugar único en cada uno de sus cuadros.

Sus obras redefinen la intersección entre la pintura y la escultura y se asemejan a un juego, a un rompecabezas, una mezcla entre lo que parece tener un orden concreto y a la vez podría no tener orden y trasladarnos a la aleatoriedad de lo orgánico.